Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 15 de julio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cánovas del Castillo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 26, 768-769
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

Voy a contestar en breves palabras al señor Cánovas del Castillo, que no me parece que ha tenido motivo ninguno, aunque sí derecho, para entrar en el debate esta tarde, porque yo ni siquiera he citado al partido conservador, como no haya sido para aplaudirle, por lo menos para aplaudirle en la personalidad de S.S. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Y lo de los abrazos?).

De manera que S.S. ha intervenido en este debate para dos cosas que no me desagradan.

Lo primero que S.S. ha querido demostrar es, que no ha habido conjura, o por lo menos, que no ha tenido parte ninguna en ella, aunque de ella se haya aprovechado un poquito (Risas), que así lo ha declarado S.S. Yo no he dicho que S.S. haya sido conjurado; lo que he afirmado ha sido que S.S. se ha aprovechado de la conjura, o de lo que se ha llamado conjura, y eso S.S. mismo lo ha declarado. Pero en fin, ¿quiere S.S. que admita que no se ha aprovechado de la conjura? Pues lo admito con mucho gusto, pues lo que yo deseo es ver al partido conservador fuera de esas maquinaciones políticas; y lo deseo porque si no, se establecería un ejemplo funestísimo y un precedente fatal, pues no hay cosa más sabrosa y tentadora que las represalias políticas, y podría darse el caso de que mañana, cuando el partido conservador estuviese en el poder y nosotros en la oposición, contra mi voluntad y contra mi gusto, mi partido hiciese a S.S. la misma clase de oposición.

Por consiguiente, me felicito de las declaraciones que ha hecho S.S. esta tarde, aun cuando en la apariencia se haya revelado otra cosa, pero acepto la explicación de S.S.: no ha habido conjura; y sobre todo, si no tiene que ver nada S.S. con ella, me alegro mucho; y si no ha querido sacar provecho de ello, me alegro también; que sea en buen hora.

Lo segundo que S.S. ha querido demostrar, es que la Corona puede llamar al partido conservador cuando lo tenga por conveniente. (El Sr. Cánovas del Castillo: A cualquiera. He discutido una teoría). Está bien; y que las mayorías parlamentarias no deben ser el barómetro único que consulte la Corona.

Yo no voy tan allá como S.S. en ese punto, y a fe a fe que S.S., según cambia de sitio, así cambia un poco los principios de derecho político a que obedece; porque S.S., cuando estaba en el poder, nos decía a nosotros: "no hay que mirar a Palacio; allí no está el poder; el poder se halla en el país y en la opinión política". Ahora que está en la oposición, nos dice: "no hay que mirar al país y a la opinión pública; hay que volver los ojos a Palacio". (Rumores en los bancos de la minoría conservadora.-El .Sr. Cánovas del Castillo: He dicho lo contrario; que hay que mirar a la opinión pública).

De manera que S.S. tiene una teoría de derecho político para su uso particular, según el momento en que habla. (El Sr. Cánovas del Castillo: Pido la palabra).

Yo convengo en que la Corona puede, en efecto, dar el poder al partido que tenga por conveniente; pero es necesario convenir en que la Corona procede de ese modo porque cree que lo hace en armonía con la opinión pública y en bien del país, y que puede, contra una mayoría parlamentaria, dar el poder a un partido, si entiende que la mayoría parlamentaria está divorciada de la opinión pública y que no es la voluntad de esa mayoría parlamentaria la del país; porque para eso tiene la Corona, por la altura a que se encuentra, un criterio de imparcialidad y de justicia para apreciar los actos sociales y políticos, que no tenemos los partidos que vivimos en la arena candente de esta lucha apasionada .

Pero en fin, de cualquier modo, S.S. que ahora no hace reserva alguna sobre el particular, mientras que las hacía cuando estaba en el poder, ha insistido hoy tanto en este punto, que me ha parecido que no le ha faltado más que el papel sellado para hacer la exposición. (Risas era la mayoría).

No se puede hablar tan en absoluto como S.S. lo ha hecho del cuerpo electoral y de las minorías parlamentarias, porque, francamente, hablar de la manera como S.S. lo hace, es socavar por su base el sistema que nos rige, y que todos estamos convencidos de que es el mejor de los conocidos hasta ahora. Desde el momento en que S.S. echa por tierra, sin consideración alguna, al cuerpo electoral; desde el momento en que S.S. cree que la mayoría, no ya en este Parlamento, sino en todos los Parlamentos, no representa más que la voluntad del Ministro de la Gobernación, dirige el mayor ataque que se pueda enderezar contra el sistema bajo el que vivimos.

¿Es que el cuerpo electoral no tiene aquella energía, aquella vitalidad que muestra en otros países?... Pues vamos a dársela. (El Sr. Cánovas del Castillo: A dársela). Pero no se le da de la manera que S.S. dice, ni con las doctrinas que S.S. tan descarnadamente proclama.

Eso de que no falta casi nunca mayoría a un Gobierno, no es del todo exacto, pues no hay necesidad de que una mayoría se convierta completamente en [768] opuesta a un Gobierno, para que ese Gobierno caiga a consecuencia de cuestiones parlamentarias, porque hay que combinar con prudencia la cuestión de las mayorías parlamentarias con la voluntad del país.

Yo creo que S.S. no puede ni debe hacer lo que ha hecho; lo que debe y puede hacer, y es bueno que todos hagamos, es procurar evitar las deficiencias que ofrezca el cuerpo electoral, que, después de todo, no tiene ni más ni menos deficiencias que las que han presentado los cuerpos electorales de todos los países; porque todavía no ha pasado en el nuestro y en nuestras mayorías parlamentarias lo que se ha visto en el cuerpo electoral inglés y en las mayorías parlamentarias inglesas; en cuyo país, a fuerza de poner cuidado y de no decir las cosas que S.S. ha dicho, aquel cuerpo electoral y aquellas mayorías parlamentarias han venido a ser lo que son.

Claro está que la Corona tiene libérrima prerrogativa para nombrar y para separar a los Ministros. No tiene S.S. necesidad de decir eso, porque lo consigna de una manera explícita y terminante la Constitución del Estado. ¿Es que S.S. quiere decir: pues ahora está en ese caso S. M. la Reina Regente? Pues yo digo a S.S. que creo que no está en ese caso. (El Sr. Cánovas del Castillo: Yo creo que sí; pero no lo he dicho).

Pues yo digo a S.S. que no; porque este Gobierno, no sólo está apoyado por una gran mayoría parlamentaria, sino que está sostenido también por la opinión pública. (El Sr. Cánovas del Castillo: Eso es lo que negamos.-Rumores). La mayoría parlamentaria y la opinión pública son el barómetro en estas cuestiones. (El Sr. Romero Robledo: Ahí están las exposiciones.-Nuevos rumores y grandes risas en la mayoría). El Sr. Cánovas ha querido intervenir esta tarde en el debate, yo creo que sin necesidad. Siempre se oye a S.S. con gusto, pero ha estado fuera de la cuestión.

¿Qué tiene que ver con el debate de esta tarde, que ya estaría terminado si no hubiera sido por su señoría; qué tiene que ver con este debate la teoría que sobre el sufragio universal haya podido yo exponer en otras ocasiones? Quien menos puede asustarse del sufragio, como ampliación del derecho electoral, soy yo, porque he sido el primero que lo ha proclamado en España y el primero que lo ha practicado.

Me asustaba el sufragio universal en otro concepto: en el concepto de que era el ejercicio inmanente, permanente y constante de la soberanía nacional, y yo entiendo que en un país constituido la soberanía nacional reside en las Cortes con el Rey, y por eso sostengo que en un país constituido el sufragio no puede ser más que la ampliación del derecho electoral. (El Sr. Cánovas del Castillo: Dígaselo S.S. al señor Castelar). Se lo diré al Sr. Castelar y a todo el mundo; lo he dicho toda mi vida, y sobre esto he discutido ya alguna vez con el Sr. Azcárate, y el señor Azcárate se quedó con sus ideas y yo con las mías. Ahora diré lo que dije entonces; ni más ni menos. Entonces me oponía al sufragio universal por la significación que se le quería dar como reproducción de los arts. 110, 111 y 112 de la Constitución de 1869; pero fuera de eso, ¿qué había de asustarme el sufragio universal, si he sido el primero en España que lo ha establecido, lo ha decretado y lo ha practicado? Lo que hay es, que yo no alardeo de esas cosas; las hago, y me contento con hacerlas.

Por lo demás, a S.S. le sucede con esas ideas mías sobre el sufragio en aquellos tiempos, lo que he dicho antes por medio de una interrupción: para su señoría es esa cuestión lo que para cierto retirado era la batalla de Lérida, que no debió nunca perderse. A cada paso saca S.S. mis ideas sobre el sufragio en aquella época; lo menos ha hablado S.S. de ellas tres veces; con una bastaba. Pero sea de ello lo que quiera, me congratulo, primero, de que S.S. y el partido conservador no hayan tenido ni tengan nada que ver con la llamada conjura, ni traten de aprovecharse de ella, ni se hayan querido aprovechar de ella, aunque las apariencias hayan podido autorizar la suposición contraria; segundo, de que estemos conformes en que la Corona puede llamar a cualquier partido siempre y cuando lo juzgue conveniente a los intereses del país, y entienda, como entiende, que obra de acuerdo con la voluntad nacional.

Después de esto, no tengo más que decir, sino pedir a S.S. que, como este debate ha de acabar alguna vez, lo acabemos, y no salga S.S. de aquellos puntos que al debate interesan; porque S.S. ha venido a hablar por tercera vez de la conducta del Presidente de la Cámara y de los sucesos ocurridos aquí. No quiero volver sobre eso, y voy a concluir con una pregunta. ¿Hubiera hecho S.S. con su partido, dadas las circunstancias en que estaba el Sr. Martos, lo que el Sr. Martos hizo? ¿Sí o no? No tengo más que decir. [769]



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